jueves, 11 de febrero de 2010

Abandono

En la vida se suceden momentos que esperas y ocurren, y otros tantos que llegan a tí y ni por asomo has podido imaginar, por su naturaleza insólita. Éstos debido a su rareza, dejan una marca en la memoria (recuerdo) y en el corazón (quien lo tenga y lo utilice como almacén, claro).
Jamás pensé que esto que voy a contar pudiera suceder. Soy joven y hasta ahora no había sentido en mis carnes la frenética tristeza que se siente ante el abandono. Me siento responsable y no puedo evitarlo.
Me he despojado de complicidades, miles de horas de reflexión, de bailes, días de risas, sol, colegueo, lluvia, noches estrelladas y de estrellas, lamentos, alcohol y de una cantidad inmemorable de instantes en el que simplemente estábamos. Sin más.

El abandono, ahora que lo descubro, es una navaja con los dos lados tan tan afilados, que casi al mirarla, la sangre brota desde los ojos de quien la observa. Peor aún es la herida de quienes la viven en cualquiera de sus vertientes.

He dejado atrás, a lo lejos y como si nada pasara, ahí tirados, decenas de kilómetros de una vida pretérita y, peor aún cercenando consciente, cualquier posibilidad de continuidad compartida. Es duro. Me siento cruel, insensible y, a veces hasta un poco malo.

He dejado que la suerte sea la responsable de un fatídico futuro inmediato y no sin pena. Pero las cosas son como son y no me quedó otro remedio que abandonar a mis compañeros de piso.
Es lógico remover ahora la cantidad de momentos buenos y malos; desde las migajas hasta los sudores más íntimos.

Cada uno a nuestra manera, crecimos juntos. Mientras ellos envejecieron prematuramente, yo sigo igual (bueno, casi igual) de joven. Aunque llevamos prácticamente la misma forma de vida su desgaste no tiene parangón respecto a la mía. Cuarenta y dos no es mucho; veintinueve es menos.

El caso es que no sé cómo aliviar esta maldita sensación de culpa. No es bueno abandonar a tus compañeros de piso. No se pasa bien, todo llega, es ley de vida.


Creo que para olvidar mi mala fé, pasearé por la ciudad iluminada y buscaré otros zapatos para renovar bríos a mis pasos, bajo el piso de esta ciudad. Seremos nuevos compañeros.
Ahora quiero mitigar de una vez por todas esta pena, la condena de los malos pensamientos que me aturden cuando camino por las sombras.

Pasos en la retaguardia. Huellas extrañas.



(La numerología no justifica el abandono).

2 comentarios:

  1. Sin embargo..ya llegarán tiempos mejores... ¿no? :D

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  2. Si, sin duda.
    Seguira teniendo un 42 de pies cuando cumpla 30 y cambiará otra vez de zapatos; puede que así consiga lo otros compañeros para pisar la ciudad.

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