lunes, 8 de febrero de 2010

Gaviotas

Hoy se ha fugado el aire que mantengo apresado en uno de los cuatro círculos de goma que me suelen mover, como un ser autómata, hacia el destino menos placentero del día, inevitable por el sino que justifica el fin que persigo y no alcanzo. Me gustaría a estas horas imaginar que ese aire, quizá algún día, mueva otras ruedas, puede que de molinos, pero es Lunes y casi no puedo imaginar,(ayer es posible que sí lo hiciera); A lo mejor esos aires anden cerca; así que decido aprovecharme del "casi", -y de la estancia provisional en este lugar- para mi reconversión en peatón. Me apetece alimentar la visión de fugaces destellos que hoy viste el aliñado mar y olvidarme durante la mitad de una hora, del trabajo y del ruido de los niños que dejé en casa.

En el lado de la ciudad, dos argénteas disputan la toma de posición en la última farola libre; el aforo está completo. No hay más plazas. Parece ser que la película de los Lunes es interesante para ellas. Cada vez parecen más humanas. Miedo me dá pensar que un día de estos las gaviotas decidan devorar el arcoiris a picotazos. Para vengarse es cuestión de aprender a imitar.

La calle anda repleta de vómitos de armarios locos. No hay un perfil definido de vestidor humano: Prendas con manga y sin ella, con polares y sin forros, empanados y de algodones. Es inevitable que mis ojos se posen en las pocas almas vestidas de vaporosas telas, tejidos de libertad. Es divertido, -me convenzo-, caminar sin pensar en las marchas y dejar por un día a un lado el monopolio de la pisada que no supera los cincuenta... por hora. Tengo que repetir.
Y así con el humor retroalimentado de Domingo, la jornada se ha terciado placentera, y la no-rutina ha travestido el lunes.

De regreso, por la misma acera de la mañana, me dejo seducir por el sol, que tibio y osado logra templar mis pantalones negros, hasta que llego a la esquina cerca casa. Mi caminar enfila a la entrada del hogar y se activa el play del grito de los niños -en mis oídos- que chirría poseso, como la gaviota. Ralentizo mis pasos,
mi vecina grita al son de sus hijos. Su tono, un punto sobre ellos, es la muestra, el argumento peculiar, la demostración sobre el quién "tiene" la razón.

Las paredes hablan, dicen por ahí. Si así fuera hubieran aprendido a correr, a fugarse (abandonando su incansable papel prisionero), a volar como el aire secuestrado del neumático del coche y, de camino, permitir a las gaviotas la proyección de una gran sesión... de cine; Y mientras,(yo), comería en casa con tranquilidad y amodorrándome, después, en la sobremesa mientras el sol sigue jugando más allá de los pantalones.

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